Devido a um bom relacionamento existente entre a Confraria Enogastronómica da Madeira e a Cofradia del Colesterol Buen - Avilés, das Astúrias, e acreditando de que os marinheiros portugueses vivessem a mesma realidade na época relatada, colocamos neste site um artigo publicado na revista "HDL" da Cofradia del Colesterol.
Alimentación en los navíos en los siglos XVI-XVII
Román Antonio Álvarez González
La dieta y alimentación de los marineros, que formaban la tripulación y/o pasajeros de los navíos que viajaban a América desde la península durante los siglos XVI y XVII tenía que superar un primer paso que consistía en la organización de la compra y almacenamiento de los mismos y su conservación a lo largo del viaje. La comida era difícil de conservar por la humedad, el calor y las plagas (ratas, cucarachas y demás insectos). La preparación tampoco era sencilla, pero también era esencial establecer unas raciones alimentarias adecuadas para que los víveres y el agua durasen un poco más de las jornadas que estaban previstas para el viaje. El despensero era el encargado de repartir las raciones alimenticias y el alguacil el que se encargaba de custodiar y distribuir las de agua.
La peor carestía vital era la del agua, por lo que se era extremadamente cuidadoso en su racionamiento. El agua que había habitualmente en las naves era turbia, hedionda, caliente y cenagosa.
Una solución era hervirla, pero había que comprarse una olla y «cuidar de tener agua» y de que no la robasen. Se corrompía por no estar bien envasada, lo que provocaba un sinfín de enfermedades. Normalmente se repartían entre uno y dos litros de agua por persona y día pero, si el viento cesaba o se producía alguna avería, la ración de agua se podía reducir drásticamente. Cuando ocasionalmente se producían robos o fraudes en las raciones, el delito se castigaba duramente, ya que el egoísmo de unos pocos ponía en
peligro la supervivencia del resto.
Los desequilibrios en la dieta se producían, más que por insuficiencia calórica, por desequilibrio nutricional, sobre todo cuando el viaje se prolongaba más de lo previsto.
La comida o almuerzo, al mediodía, era la ingesta más importante y la más calórica, y solía servirse caliente, siempre que las condiciones atmosféricas y estratégicas no lo impidieran y hubiera leña o carbón. El desayuno se comía frío y la cena se realizaba a la luz de un candil, aunque en ocasiones se tuviera que comer a oscuras.
Los ofi ciales, a veces, tenían pequeños privilegios como un vino de mejor calidad, bizcocho blanco o bonito en vez de atún. Pero, cuando el viaje se alargaba y los alimentos y el agua escaseaban compartían con los demás pasajeros los rigores del hambre y la sed.
Según Diego García de Palacio, marino y científi co español de origen santanderino, que vivió en el siglo XVI y que viajó en numerosas ocasiones a las Indias, esta era la ración de
comida que se servía en una nao que se dirigía a Indias:
«[...] se ha de almorzar con un poco de bizcocho, algunos dientes de ajo, sendas sardinas o queso, sendas veces de vino en pie, a toda la gente, y solo los domingos y jue-
ves les da carne, y los demás días de la semana pescado y legumbres: puesta pues una mesa en el combes del navío desde popa a proa, donde toda la gente quepa, se han asen-
tar por las bandas, como se dijo en el capítulo del contramaestre, y de cuatro en cuatro se ha de poner su montón de bizcocho y cuatro libras de carne, y siendo en la mar se dan
garbanzos o habas, y si en tierra dan berzas y caldo y a cenar la mitad y sus tres veces de vino a cada comida y el día de pescado, si se da sardinas, se dan a cada uno cuatro: por
manera que entre cuatro que comen en un servicio se ponen 16 sardinas con su aceite y vinagre, y si se da bacalao, lizas o pargos con su olla de habas y garbanzos. Y a cenar se les
da el servicio de solo el pescado, bizcocho, aceite y vinagre, y su bebida [...]»
En los galeones de Indias parece que siempre se sirvió la comida en común hasta el siglo XVII, evitando así el peligro de incendio en los buques, por lo que el tiempo de espera debía
ser largo o la comida «fría» o cruda. El fogón se solía ubicar en la cubierta principal, casi siempre en la proa, pero había días en los que el viento impedía su uso, por lo que la comida era fría o cruda.
Según Esteban Mira Ceballos en su trabajo «La vida y la muerte a bordo de un navío del siglo XVI» la dieta tenía dos alimentos claves:
El bizcocho, unas tortas duras de harina de trigo, doblemente cocidas y sin levadura, que duraban largo tiempo, por lo que se convirtieron en un alimento básico dentro de los
buques. Ahora bien, a veces estaba tan duro que solo los más jóvenes eran capaces de hincarle el diente.
El vino, cuya ración por tripulante y día, en condiciones normales, ascendía a un litro. La falta de vino podía crear gran malestar en la tripulación, parece ser que era más importante
el vino que las propias pagas de los tripulantes. También se repartían raciones mucho más escasas de vinagre (tres litros al mes) y de aceite de oliva (un litro al mes).
Los alimentos frescos, como verduras y frutas, se consumían los primeros días. Después, los alimentos frescos y la fruta desaparecían durante semanas de la dieta y, si la travesía se alargaba en exceso, comenzaban a aparecer los primeros síntomas del escorbuto, una enfermedad típica de los hombres de la mar, provocada por la carencia de vitamina C que era combatida con la ingesta de limones. Solían comer carne al menos dos veces en semana. La carne era normalmente de cerdo y se denominaba genéricamente tocino, aunque incluía la canal completa. A veces, se entregaba fresco si se había sacrifi cado un animal, pero lo más frecuente es que estuviese conservado en salazón o se hubiese secado, en cuyo caso se llamaba cecina. Antes de consumirse, la carne se lavaba en el mar durante medio día para eliminar el exceso de sal. Los otros cinco días de la semana se consumían habas, arroz y pescado. Esto, junto a gachas o sopasde cereales o legumbres con manteca y unos buenos litros de alcohol, eran la dieta esencial del marinero
Pero el queso también era un componente esencial de las comidas a bordo, por dos motivos: su buena conservación y porqueno se necesitaba cocinar.
Excepcionalmente se repartían frutos secos, como almendras, castañas pilongas o pasas.
Fray Tomás de la Torre, en su «Diario de viaje de Salamanca a Ciudad Real de Chiapa», dice lo siguiente de la dieta a bordo de los galeones:
«En la comida se padecía trabajo porque comúnmente era muy poca; creo que era buena parte de la causa poderse allí aderezar mal para muchos; un poco de tocino nos daban por las mañanas y al mediodía un poco de cecina cocida y un poco de queso, lo mismo a la noche; mucho menos era cada comida que un par de huevos».
No obstante, en ocasiones se duplicaban las raciones, sobre todo cuando había riesgo evidente de entrar en combate. Según Juan Escalante de Mendoza, no había mejor forma de
levantar el ánimo a la tripulación que llenándoles la barriga y sirviendo ración doble de vino para aumentar su valentía y abnegación.
Fonte: Revista HDL
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